Gina Picart Baluja

From Feminist SF Wiki
Revision as of 20:33, 5 December 2006 by 24.4.236.182 (talk)
Jump to navigation Jump to search

Gina Picart (1956-) is a Cuban science fiction writer and critic. Her work often includes mystical, fantastic, mythical, pagan, celtic, gothic, and anthropological elements.

Her SF works include:

  • La poza del ángel (1994) - Short stories
  • El druida (2000) - 5 novelettes
  • Malevolgia (2006) - First full-length novel

Other works by Gina Picart:

  • La poética del signo como voluntad y repesentación A study on the narratives of Alberto Garrandés
  • Historias celtas - Celtic stories
  • La ciudad de los muertos Stories with Cuban themes
  • El reino de la noche - 6 linked stories about the lives of real and imaginary women including Elizabeth Siddal, Muse of the preraphaelite painters, the Irish poet Liadam de Corkguiney, and the Cuban aristocrat Catalina Lasa.


(literatura cubana, narradoras cubanas, escritoras cubanas, Cuba, literatura gótica, literatura fantástica, celta, Elizabeth Siddal, poeta irlandesa, narradora, periodista, crítica.

Gina Picart Baluja (Ciudad de La Habana,15 de febrero de 1956)comenzó su carrera oficial como escritora en 1994, con la publicación de su opera prima La poza del ángel, libro de relatos que obtuvo el premio David de ciencia ficción en 1990, siendo la última y segunda escritora cubana que obtuvo esa distinción, ganada por primera vez en 1980 por la también escritora cubana Daína Chaviano con su libro Los mundos que amo.

(La poza del ángel obtuvo también los premios Pinos Nuevos 1993 y HabanaFicción 1998).En 2000 fue publicado su libro El druida, compuesto por cinco noveletas de género ambiguo que hacen que la crítica deje de referirse a ella como a una autora de ciencia ficción para tratarla de "inclasificable" y "auténtico islote" dentro de la producción literaria cubana. Este libro despertó una polémica en los medios literarios habaneros y fue un record de ventas, agotándose tan rápidamente como el primero. En 2006 aparece Malevolgia, su primera novela, texto que vuelve a desconcertar a los críticos, incluso más que sus anteriores publicaciones. Esta autora, cuyos relatos han aparecido fundamentalmente en antologías de narativa femenina cubana, tiene escasa presencia en recopilaciones temáticas y generacionales, debido a su originalidad y a que, hasta el presente, no ha publicado nada que tenga que ver con la realidad actual de la historia de su país. Se le reconoce gran maestría en el dominio del lenguaje, la creación de atmósferas, la caracterización psicológica de sus personajes y la intensidad dramática de sus historias. También se la considera como posiblemente la única escritora en la isla que muestra interés por acercarse a los mitos y religiones de épocas pasadas.

Picart ha manifestado reiteradamente en entrevistas y pesentaciones públicas que se siente muy atraía por la antropología,la arqueología,la historia antigua,los cultos paganos y en particular por el mundo celta. Maneja en sus obras elementos de la literatura fantástica, el neogótico, la investigación histórica, el esoterismo, la magia, un realismo crudo y descarnado y una profundidad poco usual del conflicto dramático. Se ha interesado también por la crítica literaria y el ensayo,que ejerce con una óptica tan personal y original como la que emplea en su literatura.

Obtuvo el premio de ensayo Luis Rogelio Nogueras 2006 con su libro La poética del signo como voluntad y repesentación, un estudio sobre la narrativa de su compañero generacional Alberto Garrandés, y este mismo año editará otros tres libros de relatos: Historias celtas, La ciudad de los muertos, cuentos de tema cubano, y El reino de la noche, integrado por seis noveletas sobre las vidas de mujeres reales e imaginarias de diferentes épocas y lugares, entre ellas Elizabeth Siddal, la musa de los pintores prerrafaelitas, la poeta irlandesa Liadam de Corkaguiney y la célebre aristócrata cubana Catalina Lasa. Aunque niega ser una escritora feminista, no hay duda de que la mujer ocupa un lugar muy importante en su literatura. Es precisamente con Boleto, la historia conmovedora y trágica de María Amor, una anciana ciega y alucinada, que logra quedar como finalista en los Premios el Tren 2004 de España.

ALGUNAS OPINIONES DE LA CRÍTICA SOBRE LA OBRA DE GINA PICART:

Como autora se caracteriza por su marcada inclinación hacia la literatura fantástica ubicada en contextos históricos pertenecientes a culturas antiguas, especialmente el mundo celta anterior a Jesucristo. Pero su discurso no es mera narración de eventos fantásticos, sino sobre todo una especulación incesante sobre la condición humana, el lugar que corresponde al Hombre sobre la Tierra y lo que éste debe a sí mismo y a sus semejantes, explorando sin cesar los más recónditos misterios y conflictos del alma humana.

Otra característica de su literatura es la profundidad psicológica de sus personajes, que construye como caracteres completos y auténticos. Aunque la mayor parte de sus cuentos son protagonizados por figuras masculinas, sus creaciones femeninas alcanzan una estremecedora fuerza trágica y, en ocasiones, recuerdan el estéril y doloroso enfrentamiento de las heroínas del teatro clásico a conflictos que no pueden vencer.

Picart acostumbra realizar extensas investigaciones históricas en torno a los temas que elige para sus narraciones, llevada por su profundo interés en la Historia y la Antropología. Su estilo narrativo muestra fuerte influencia de la pintura y en ocasiones se vuelve cinematográfico, muy dinámico, llegando a alcanzar momentos de gran tensión narrativa. Su dominio del lenguaje es ampliamente reconocido en los medios literarios cubanos, y ha confesado en ocasiones, al ser entrevistada, que reescribe hasta treinta versiones de sus cuentos, al extremo de invertir diez años en la preparación de su primer libro, que consta de sólo once relatos de corta y mediana extensión.

Su prosa colinda en ocasiones con los dominios de la poesía. Algunos de sus textos se inscriben en la manera tradicional de contar una historia, pero otros muestran una cierta y deliberada oscuridad, además de ser transgresores, osados y audaces en cuanto al empleo de las técnicas narrativas, aunque sin llegar a ser abiertamente experimentales.

Esta autora se distancia de la sociedad en que vive para extraer sus argumentos del esoterismo, el misticismo, la magia, las religiones, el arte y lo onírico, terrenos que comparte con la escritora Margueritte Yourcenar, la poeta Alejandra Pisarnik y la pintora Frida Khalo.

A juzgar por la extensión de sus relatos, que se ha ido incrementando de su primer a su segundo libro,partiendo del cuento breve hasta llegar a la noveleta, no sería arriesgado suponer que esta autora va camino de la novela. Actualmente se encuentra trabajando en tres proyectos, uno sobre el mundo celta del siglo I, otro sobre la herejía cátara del siglo XIII francés y un tercero basado en la obra del Bosco, la cual transcurrirá en los años ochenta en el mítico Barranco Sur, pueblo de su invención en el que ya han acontecido algunos de sus relatos. Dentro de la literatura femenina cubana actual (y lo mismo podría decirse si se compara su hasta ahora escasa producción con la literatura escrita por hombres dentro de la isla), Gina Picart es una entidad aislada que en poco comulga con sus colegas, más interesadas en el acontecer cotidiano del país así como en el empleo de las más novedosas y experimentales técnicas narrativas. Dentro de nuestras letras nacionales se le puede afiliar a la estirpe de los raros, como los ya consagrados Ezequiel Vieta y Miguel Collazo, y también su compañero generacional Alberto Garrandés.(Beatriz Maggi, ensayista y profesora de la Universidad de La Habana).

Gina Picart, por su parte, escribe "Al final de la niebla", narración de orígenes comprobables sobre Liadam de Corkney, poeta irlandesa del siglo VII; la historia nos hechiza, desde el lenguaje con que se expresa, y edifica una especia de "era imaginaria", como diría Lezama Lima, al materializar en lo fabuloso y lo indeterminado un destino trágico vinculado al lazo simbiótico de los rendimientos vitales de la metáfora con el ejercicio cierto del amor. El primer relato repudia la condición simbolista, no necesita ni puede admitirla; el segundo la acoge, se envuelve en ella.(Alberto Garrandés, Revista Esquife 2004)

Sus relatos El druida y Golfo de Corinto, desarrollan conflictos generados por la supervivencia de creencias antiguas pero actuantes en sociedades que las consideraban extintas, y Caín en las entrañas de la noche constituye una excelente trama de pesadilla, de confusión de límites entre la vigilia y el sueño, entre realidad e irrealidad; temas estos que suelen aparecer en textos fantásticos. No obstante, en estas narraciones el centro de interés no está tanto en la coexistencia conflictiva de estas dualidades como en las modalidades que la manifestación antigua o aparentemente sepultada asume para vivir. Estas ficciones de Picart, más que clasificaciones genéricas específicas —a las cuales su autora se ha negado a ser reducida, por otra parte—se ubican en una zona de paradojas religiosas que en el fondo no son sino terribles paradojas éticas. (José Miguel Sardiñas, Revolución y Cultura, mayo del 2003).

Caso aparte es El druida, de Gina Picart, quien se conduce, posiblemente, como la única escritora que sistematiza los mitos de las culturas antiguas —griega, celta, judeo-cristiana— en forma de relatos de una estupenda facturación. Con ese libro y La poza del ángel, Picart se adentra en fantasías modernas que ponen de relieve el lado más oscuro de la realidad y que actualizan la querella del bien contra el mal, pero sin recurrir a conceptos asentados por la vulgarización de las tradiciones, pues sus relatos poseen una independencia segura en relación con aquellos mitos, al constituirse en verdaderos dramas ecuménicos, como sucede en Caín en las entrañas de la noche o en Vals sobre la tierra. Picart acaba de terminar un conjunto de varias narraciones, todas protagonizadas por mujeres, que constituye, en lo que toca a ese rubro llamado escritura femenina, un punto y aparte en cuanto a solvencia estilística y composicional. (Alberto Garrandés, crítico literario, investigador, ensayista y narrador. Revista digital Cubaliteraria. Presunciones, 2003).

Por su significativo diálogo con el universo visual de la posmodernidad insertado en un relato de original facturación... (Acta del jurado integrado por os escritores Ena Lucía Portela, Alberto Garrandés y Ernesto Santana, que confirió, por votación dividida, mención única a Malevolgia en el concurso UNEAC de novela 2002).

Su excelencia como narradora sobrepasa los límites de su especialidad temática: la literatura fantástica. Gina Picart sabe construir mundos literarios propios a través de una relectura muy personal de la historia nacional y de la humanidad, así como crear (al tiempo que recrea), mitos, hechos históricos, personajes bíblicos o seres que habitan su más cercana y cotidiana realidad. Con absoluta seguridad narrativa, con el sólido andamiaje ficcionado de sus personajes y un dominio perfeccionista del lenguaje, (propio de un orfebre más que de un escritor), esta narradora se ha ido creando un espacio propio dentro del amplio registro de estilos que hoy pululan y enriquecen la narrativa cubana escrita en la isla.(Amir Valle Ojeda, crítico, investigador, ensayista y narrador. Caminos de Eva. Antología. Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2002).

...Si mantienes tu vocación, tu inspirado fervor por nuestro idioma, y tu rigor temático, creo que te esperan grandes satisfacciones. Cada uno de los cuentos de El druida es premiable, pero Golfo de Corinto es bellísimo.(de una carta personal de Beatríz Maggi,profesora emérita de la Universidad de La Habana, investigadora, crítica, ensayista. De una carta personal dirigida a Gina Picart y publicada en el no. 7 de 2001 de la revista Extramuros).

Cultos paganos sangrientos y olvidados, civilizaciones antiguas y crueles, el fin de la Humanidad y la lucha actual y eterna entre la Luz y las Tinieblas, conforman la trama de estos relatos, cuyos protagonistas se debaten en conflictos tan intensos como la dolorosa batalla interior por preservar identidad y conciencia, el amor como verdugo de sí mismo, la traición, y la impotencia del hombre ante sus demonios interiores. Valiéndose de un estilo que mezcla rasgos de la literatura fantástica con un realismo profundo y descarnado, la autora parte de rigurosas reconstrucciones de época para recrear mitos y hechos históricos, los cuales, unidos a una muy sólida técnica narrativa y a un dominio casi perfeccionista del lenguaje, hacen de El druida una obra de impronta singular en las letras cubanas de fin de siglo.(Ismael González , crítico, investigador. Revista Extramuros, 2000).

La seguridad narrativa con la cual conduce los hilos de sus historias, la sólida configuración psicológica (y hasta carnal) de sus personajes, y un dominio perfeccionista del lenguaje, dejan en sus cuentos la impronta de la calidad y la agradable y enriquecedora lectura.(Amir Valle Ojeda, El ojo de la noche, antología de narrativa femenina. Editorial UNIÓN, 1999).

Su primer libro publicado le asegura un escaño como autora a tomar en cuenta dentro de la cuentística cubana. Sus finales, sorpresivos y efectistas, están sostenidos por un discurso fluido y de gran rigor verbal.(Mirta Yáñez, crítica literaria, investigadora, ensayista y narradora. Estatuas de sal, antología de narrativa femenina cubana. Unión, 1996).

Con una prosa exacta y no carente de poesía, los cuentos de Gina Picart nos llevan de manera novedosa e inteligente por caminos que a veces rozan la ciencia ficción, o son poderes sobrenaturales manifestándose en el marco épico de la guerra mambisa; o nos regala verdaderas joyas como el cuento Sombra y sustancia que, mostrando excelente factura, logra que el tiempo y la realidad se confundan en una historia de amor, no por vieja menos necesaria y actuante. La poza del ángel, exitosa ópera prima, nos da la medida de que estamos ante una narradora potencialmente válida.(Emilio Comas Paret, crítico literario, investigador, ensayista y narrador. Nota de contracubierta de La poza del ángel, 1994).

ARTÍCULOS SOBRE MALEVOLGIA:

Malevólgina

Orlando Luis Pardo Lazo


Entre lo malévolo y lo cartoonesque, entre lo erudito y lo encyclopelight, entre el libro de (o)culto y el textus quo: Malevolgia (Editorial Letras Cubanas, 2005) de Gina Picart (La Habana, 1956), como muchas de sus ficciones anteriores, constituye una línea de fuga dentro del corpus texti de nuestra nación literaria o acaso República de las Letras -como le gustaba legislar a Lezama Lima.

Gina Picart es de por sí una rara autora. Siempre lo ha sido, en términos de ficción, cuyo universo es un intenso intento de desmarcar una voz. Desde «La poza del ángel» -Premio David de ciencia-ficción (1990)- hasta su tan polémico «El Druida» del año 2000, Gina ha favorecido una literatura que bebe de una tradición otra, donde lo mágico se deslinda enseguida de cualquier realismo mágico, y lo erudito va a jugar entonces con Eurasia y sus oscuras sectas y eras -o tal vez no tanto-, de cuando América aún no existía salvo precisamente en la imaginación.

Malevolgia, ahora, autoengalana -o autoengaña acaso- con grados de "novela" su charretera, y se suma así a esta suerte de saga de malevólginas: literatura donde los imaginarios locales hacen cortocircuito y la lectura se abre hacia cosmos posibles por repoblar.

Relato relativamente breve en mi opinión -las 120 páginas del libro se diezman, además de por la fluidez de la prosa, por el aire dejado en blanco y las generosas tipologías-, en Malevolgia transitamos por los rieles en paralelo de dos espaciotiempos que, con éxito más o menos variable, se identifican no tanto por el discurso -según el deseo de la autora en su epílogo «Desde la oscuridad hasta la luz»- como por los manidos recursos de la cursiva y el texto en recuadro. En esto último la obra se asemeja, incluso peligrosamente, al didactismo que varias generaciones de estudiantes memorizamos en los volúmenes de Historia nacional y universal.

Gina Picart es una narradora de las más osadas dentro de nuestros predios patrios. Y tal vez si algo lastra a esta, su más reciente entrega a las editoriales, es precisamente el desbalance entre narratividad y ganas de hacerse explicar enseguida, de transmitirnos un cúmulo de información que por momentos es casi la revisión bibliográfica -apócrifa o literal- de una tesis en ciernes. En este sentido, a Malevolgia le falta malicia y le sobra Gina: sus dos universos internos se van desangrando mutuamente hasta la convergencia final, donde la verosimilitud ya es anémica al punto de poner en shock al lector. Esto de por sí no estaría nada mal, sólo que aquí resulta daño colateral antes que intención autorial.

Si bien se disfruta bien la lectura, incluso sin la necesidad -ni necedad- de ubicarla en un atril preconcebido, creo que Malevolgia contrasta demasiado sus referentes y formatos. Al paladar, se resiente un tanto esta amalgama, que ni sana del todo las caries del estilo, ni tampoco sacia nuestra carencia de anécdota. Así, del relato lato borgeano de laberintos y bibliotecas, saltamos a una especie de serial televisivo clase-B de «Beauty And The Beast» o «El fantasma de la ópera»; sólo para saltar enseguida a ciertos reportes locales de eruditeratura -id est: M. Collazo y E. Vieta, según A. Garrandés-; para saltar al cabo al más bien simpático guión cinematográfico de lo gangsteril, el complot político o milenarista -o ambos: ¿no es igual?-, la escuela y secuela de una magia harrypottente, la secta pagana o pornográfica de «Eyes Wide Shut» -¿Kubrick cubanizado?- y que, irremediablemente, desemboca todo en el Código Dan Brown: templarios, Santo Grial y protagonista-Guardiana incluidos.

Por supuesto, existe la libertad residual en tanto lectores-creadores y tal vez justo ahí radique nuestra capacidad de resistencia (o)culta. De ahí que Malevolgia pueda ser todo lo anterior y no sea nada de eso en absoluto, sino otra parafernalia cualquiera: según las coordenadas lectivas de quien se acerque a la seducción de su prosa y quede preso en ella. Dos cosas sí asumo como objetivas: la nota de contracubierta nos despista con su "novela" «de perfilado mensaje antifascista» -¿cómo pedirle tan poca satisfacción a una ficción?-, y esta obra de Gina Picart se ubica bien afuera de la verja del jardín de nuestra Institución Literatura Ad Asum.

Por lo demás, Malevolgia es un libro de frontispicio inusitadamente bello, que bien podría hacer peligrar los 2000 ejemplares de su tirada, más allá de precios y precisiones al margen -como éstas que apunto ahora tras la sentada de su lectura.

Por lo de menos, Marita Merková, El Rey de la Noche, Mahisasura El Giboso Guardián, y el resto de los personajes de esta reciente malevólgina de Gina Picart, más tarde o más temprano seguro recibirán los impactos de opinión de otros reseñistas o críticos, pues de los raros siempre conviene hablar, si no queremos que más temprano que tarde se nos agote el imaginario de la ficción nacional.



Malevolgia, o el sueño de la muerte como obra de arte Alberto Garrandés

Para presentar a Gina Picart, autora de La poza del ángel y El druida —libros muy desmarcados de la mainstream narrativa cubana de hoy—, habría que empezar por decir que ella es, entre las escritoras y los escritores cubanos del presente, la única que emprende la aventura de escribir textos narrativos donde la mística y la simbólica de varias tradiciones culturales (las más conocidas y las más oscuras) se transforman en ficción y en personajes gracias a un curioso y eficaz proceso de predicaciones, especie de emulsión alquímica de un cúmulo de datos en apariencia abstrusos y en desorden. Dicho proceso, muy propio de la ficción novelesca (pero, sobre todo, de las formas prenovelescas, romancescas, y de los cánticos vecinos del lenguaje ritual, u organizados en forma de ritual), permite acceder a un territorio ambivalente, irresoluto, tan cotidiano como extraño. Y, como ustedes podrán suponer, si todo esto se pone al servicio y dentro de los moldes de la novela como gran género literario de la contemporaneidad, el resultado no podría ser menos que raro.

Pero Gina Picart, bueno es aclararlo, también es capaz de contar historias donde lo real de pronto se abre a una posibilidad para la cual las personas comunes no se encuentran preparadas. Y aunque en ella siempre hay un viaje hacia los pozos más profundos de la memoria o del mito, sus entramados exploran una verosimilitud en forma de advertencia. Por ejemplo, así ocurre en otra novela suya titulada El viaje del pez oscuro, lamentablemente inédita.

El hecho de que yo esté aquí presentando Malevolgia, su primera novela publicada, no tiene nada de singular. Gina Picart sabe y ha dicho que soy un raro, y además me ha dedicado, junto a otras personas, este libro. Aprovecho, pues, la oportunidad para agradecérselo y advertir, desde mi condición de lector bastante cómplice, que Malevolgia debe ser objeto de lecturas cuidadosas porque es un texto cuidadoso, no solo debido a la fabricación encarnizada de su lenguaje, sino además porque en sus páginas tenemos una trama de estructura circular, desplegada independientemente de su enorme cúmulo de referencias, y en la que, por cierto, no hay trampas tendidas al lector. Creo que se trata de una narración sincera, llena de claridad, aun cuando el mundo que describe y convoca pertenezca al reino de la sombra, la suposición y el misterio.

Malevolgia es, a su manera, un libro suntuoso. Y lo es porque encierra varios senderos por los que se llega a su centro. Cuando una novela muy breve —esta tiene poco más de 100 páginas— concentra en sí una tupida red de posibles narrativos, su grado de intensidad aumenta al punto de que cada página, e incluso cada frase, llegan a poseer pesos reconocibles para la evaluación definitiva. Malevolgia explica un caso común de prostitución mediante un personaje de origen bosnio —Marita Merková— que, bajo los saberes prácticos de una mujer de mundo —Sandra—, quiere ingresar en el orbe del dinero y el gran bienestar. Pero tras ellas están ciertos negocios masculinos (negocios previsiblemente muy turbios y vinculados al crimen) y, en medio de una fiesta donde hay caballeros de mucho empaque, y donde Marita actúa como chica de servicio, Sandra muere asesinada en un baño. Marita huye, intenta escapar de esos hombres que han matado a su amiga, y es entonces cuando su aventura adquiere un brillo tenaz, o más bien una dimensión universal, cósmica, esperpéntica, ensoñada, expresionista y mágica, ya que la joven deberá enfrentarse, en un frondoso bosque de signos, al sueño de la muerte como obra de arte y como elaboración de un contexto mítico-ritual del que acaso descienden esos hombres oscuros.

He dicho que la trama general de Malevolgia posee un centro, pero debo rectificar esa aseveración. Un libro como este no se entrega al credo de la centralidad, aun cuando cultive —y en parte este es el caso— una especial devoción por la figura del laberinto. Laberíntico, pero no dionisiaco, es el paso de la trama de la novela por nuestras mentes, y sin embargo sus episodios fluyen como dentro de un juego de espejos, un juego de duplicaciones binarias, un juego en el que los símbolos atraen a las historias que los dilucidan, en un tejido que nos mueve a pensar en secretos largamente guardados y en razones que la Historia de la cultura ha olvidado o preferido olvidar. Marita Merková, chica muy simple, debe enfrentarse a todo esto, y tal es el motivo por el cual la novela, al desovillarse, nos conduce de la mano por lo que se halla detrás de ciertas actitudes y emblemas humanos.

En rigor, Marita Merková cumple un destino de lujo en tanto víctima propiciatoria, pero el primer plano de su muerte a manos de los hombres oscuros es bien grosero, pues se trata de una muerte común, a través de la cual se quiere suprimir una revelación inconveniente o la amenaza de esa revelación. Marita debe morir. Ha escuchado en esa fiesta algo que no debía escuchar y, mientras mira el espantoso cadáver de Sandra, huye de la rutilante mansión y llega al Reino de la Noche. Aquí empieza el delirio, o la vigilia del delirio, que es donde Gina Picart coloca el problema artístico de Malevolgia. Es decir, no un problema en tanto ecuación incómoda, sino en tanto artefacto (novelesco, ya lo sabemos) que posee el don de responder a una pregunta: qué es lo que hay en el sueño de la muerte, o qué es lo que prospera cuando la muerte se avecina con ímpetu terrible a nuestra conciencia, en medio de la consternación y el sufrimiento.

Malevolgia cuenta, como he sugerido, un descenso a lo profundo del alma en el sueño de la muerte. Hay una especie de grandiosidad épica en ese viaje infinitesimal a la muerte, o dentro de ella. Una grandiosidad meditativa, imaginal, de índole casi lírica, metafórica, que hace que la muerte, o su momento atemporal, se constituya en materia de lo artístico. Este es un tópico prestigioso y muy acreditado. Porque ese misterio del paso a la muerte es el gran misterio del hombre (un misterio que se acrecienta o disminuye en virtud del lenguaje) y, asimismo, es el origen de algo que invade el pensamiento humano: la presencia o no de Dios, la presencia o no de los dioses, o de los demonios, o de las criaturas elementales. La existencia o no de otros mundos.

La persona que ayuda a Marita a escapar vive a ratos en una Feria de Diversiones abandonada. En el sueño de la muerte esa persona es El Rey de la Noche, un enmascarado minotáurico a quien Marita debe pagar, de diversas maneras, por estar a salvo allí, en el inframundo. El Rey tiene una doble faz: la del sujeto mitológico y la del vagabundo común que es capaz de traicionar por dinero. Esa medievalizante Feria de Diversiones es, por su parte, no solo una feria abandonada, sino un arquetipo tangible e intangible de la representación mandálica del mundo, condición observable en las grandes metáforas culturales, desde los rizomáticos viajes de Odiseo (pero con otro ordenamiento) hasta hoy, pasando por el Carnaval y llegando hasta los blogs temáticos de internet. Sin embargo, una voz interviene en los acontecimientos: la de Mahisasura el Giboso, guardián del Tesoro del inframundo.

Creo que Gina Picart se ha preguntado cómo darle paso, en una historia casi banal (por sus hechos en sí, no por su enunciación narrativa), al inframundo. O sea, cómo reacreditar una historia casi detectivesca a través del levantamiento de otro mundo cuya naturaleza es casi primordial. Un mundo que, sin embargo, tiene marcas temporales en suspenso, pues apunta al pasado remoto, al presente y al porvenir. En ese cosmos está Mahisasura el Giboso, que habla del Rey, de la historia del Rey. Y ambas historias —la de Mahisasura y la del Rey— van tejiéndose hasta revelar su lógica, su resplandor, su belleza y su atrocidad.

Mahisasura es la trasubstanciación del conocimiento, es el Hombre Despierto que Aguarda, es el celador del lenguaje original. Mahisasura, trasegador de bibliotecas perdidas, se metamorfosea en el Sabio Insomne y es el servidor más inmediato del Gran Misterio. Conoce el valor concentrativo y mágico de la sangre y cree en los poderes convocantes del lenguaje.

Creo que Gina Picart nos enseña cómo sería la trascendencia cultural y ontológica de un mero suceso del presente, cómo serían sus ramificaciones místicas y rituales. Y nos dice que el presente no solo es algo muy sólido sino que esa solidez reside en su capacidad de activar el pretérito remoto de un modo apenas consciente, para que el porvenir sea, precisamente, la representación de ese tipo de trascendencia universal que está dentro de todo lo vivo. La objetivación referencial que Malegolvia nos depara, quizás sea la del mundo interior reificado más allá del sueño. El mundo del yo y el inconsciente como productores de realidad para el sujeto.

El Rey, antiguo elegido de Mahisasura para que se convierta en su sucesor, es un hombre que deambula por sus dominios, consume droga, bebe cerveza, pero también le pinta a Marita el ojo de Krishna en la frente. Es un individuo que sale del mito y entra en él con demasiada ligereza, de acuerdo con la sensibilidad que podemos presumir en ese ente extraordinario que es Mahisasura el Giboso. Marita acompaña al Rey y lo escucha. Aprende con él. Tienen sexo a menudo. Es como si Marita hubiese ingresado en el extraño mundo de un heresiarca hippie, a salvo de los crueles e implacables hombres de la fiesta.

En un momento de la novela, en el desierto —bajo un anochecer con sol rojo y junto a un fuego recién hecho—, Marita y el Rey hablan de Sombra (la antigua mujer del Rey) y del niño que acaso es de ambos. Sombra y el niño ya han muerto, forman parte del pasado dramatúrgico del texto, pero el Rey continúa triste. Entonces él, como sobreponiéndose a un dolor inmenso que no se extingue, saca unos recortes de cierta revista y Marita se entera de que su vida está siendo vivida por otra persona: se descubre, famosa, en las pasarelas de modas más refulgentes del mundo y, sin embargo, se encuentra allí, en la mugre de la Feria. ¿Suplantación de identidad? No se sabe. Sandra no ha muerto con un clavo en la garganta, sino en un accidente de auto. Sandra era una rica y exitosa empresaria colombiana. El Rey le enseña a Marita una de las tantas posibilidades de su vida, como si hubieran estado atravesando el célebre jardín de senderos que se bifurcan, aquel arquetipo con el que Jorge Luis Borges enunció la índole laberíntica de la identidad y la presencia de los mundos paralelos.

Malevolgia tiene en la Feria de Diversiones, devenida La Feria, una imagen enciclopédica, transhistórica, que se modifica cuando Marita y el Rey llegan allí y empiezan a probar las muchas atracciones. Pero el sitio ha sido invadido por las marionetas y está como acariciado por los fantasmas y el olvido. Libro a ratos gótico, Malevolgia representa el padecimiento como si fuera el destino natural del mundo. Pero no el padecimiento físico —que también se encuentra aquí—, sino sobre todo el padecimiento del individuo enfrentado a la muerte, sin conocer jamás el fondo último de la verdad.

Para forzar la lectura hacia uno de sus límites, podríamos decir que Malevolgia contiene su explicación y su ficción. Es decir, la novela aporta el esclarecimiento de sus metáforas y asimismo la ficcionalización de sus metáforas, teniendo en cuenta que la ficción puede ser, aquí, un predicado con el que se busca o se mediatiza la verdad. Casi un ensayo experimental, Malevolgia oscila, por su vehemente adscripción a lo novelesco y a la meditación místico-cultural-alquímica, entre formas literarias arcaicas. Una escritura épica anterior al surgimiento de la novela como género, fuertemente arraigada ahora (y me refiero en este instante a Malevolgia) en la visualidad contemporánea y en algunos tópicos “mistéricos” —de iniciación al conocimiento— de la tradición cultural secreta de Occidente. Una escritura filosófica doblemente indiferenciada: en primer lugar, del gesto ritual, y, en segundo lugar, de la enunciación de esas capacidades de convocatoria que poseen ciertos objetos, representaciones y sustancias.

Como signo complejo, la Feria es en realidad un modelo articulable de lo mejor y lo peor de muchos mundos. Asimismo, la Feria se constituye en el universo acomodado a la voluntad y la perspectiva de quien sea su Rey o su dueño físico. La Feria es el acto de mostrar y ofrecer, y analogiza la experiencia y la recrea. Los capítulos de la novela podrían ser como etapas o estancias de ese viaje iniciático y sacrificial. Y así llegan Marita y el Rey a la mansión de la fiesta donde Marita era chica de servicio y donde han matado a Sandra. Ya sabemos que de allí ha huido Marita, para ingresar en el inframundo. Pero la mansión parece abandonada hace tiempo. Aun así, la joven se sumerge en una bañera con sales aromáticas y el Rey le lava el cabello. Y orina, lascivo y soez, encima de su cuerpo. La serpiente se muerde la cola. Ahora el círculo puede cerrarse.

El inframundo o Laberinto tiene siete niveles y está debajo de la Feria de Diversiones, que también es llamada El Reino de la Noche. Mahisasura el Giboso, Gran Custodio, vigila a la pareja con alguna esperanza. Pero está convencido de que su raza acaba en sí mismo.

“Lo que más fascina al hombre de casta noble y guerrera es la relación entre voluntad y destino”. Esta frase, que implica la presencia/ausencia de la Divinidad respecto de la moira y la nemesis, se repite dos veces en el libro y creo que encierra una clave para su comprensión, si es que comprenderlo resulta un imperativo de nuestro vínculo con él. Porque la relación de Gina Picart con Malevolgia viene a ser la de un escritor en estado de asombro con lo extraño o, para decirlo en términos culturales muy acreditados, con el unheimlich, que es esa categoría donde Freud aglomeró la experiencia inexplicable de la vigilia ensoñada y el sueño mismo.

Hacia el final de la novela el Rey, asediado por la imagen de las postrimerías y el dolor del recuerdo, abre las compuertas de la represa, que inunda de agua y lodo el Reino de la Noche y lo destruye. El Rey y Marita aspiran droga y se van a un “viaje” por un desierto metafísico donde hay un chamán que es el Guardián arquetípico de esa frontera que existe entre la comprensión y el conocimiento. Marita toma su lugar y se transforma en Guardiana. El Rey se esfuma, se va a la Luz, descansa o desaparece. De pronto todo cambia, la realidad irrumpe inevitablemente, y vemos a los Hombres Oscuros acercarse a ellos en un auto lujoso. Vienen a buscar a Marita. Ella ha estado huyendo todo el tiempo, después de oír una palabra fatal en aquella fiesta. Los Hombres Oscuros la apresan. El Rey la ha traicionado y la entrega a ellos a cambio de una maleta con dinero y droga. Todo va desvaneciéndose. El Rey es ahora un vulgar soplón, un adicto cualquiera que ha estado ocultándose tras una máscara relevante, y los Hombres Oscuros lo matan. Marita Merková ha escuchado, ha recordado, ya sabe, ya está en el secreto y debe morir. Y en el ojo de Krishna, que simboliza la visión del cosmos, le pone el jefe de los Hombres Oscuros la punta de su pistola, antes de disparar.

Malevolgia podría ser un viaje sicodélico, pero también es un viaje en torno a lo sagrado, su persistencia, su artificialidad. Nos habla del peso de nuestros actos más allá de lo inmediato y dibuja, con mucho acierto, una serie deslumbrante de sincronismos unificados por tres pasiones básicas e inexorables: la del amor, la del conocimiento y la de la desesperación ante la incertidumbre de lo divino. Así, pues, que una novela cubana de los días que corren se haya adentrado en temas tan trascendentes, es un hecho para el examen celebratorio de su existencia.

  • Palabras de presentación de Malevolgia, leídas por su autor el 22 de abril de 2006 en el Centro Cultural Arte Habana.